
Médico veterinario, criador de ovinos y coordinador ganadero de Agroactiva, Sorasio encarna el compromiso rural que sostiene la producción argentina desde las bases.
Entre ovejas, bovinos, viajes interminables y charlas técnicas, Pablo Sorasio es más que un productor agropecuario: es un verdadero engranaje humano del motor productivo argentino. Médico veterinario, criador de ovinos, coordinador ganadero de Agroactiva y referente en genética animal, Sorasio representa esa clase de trabajadores silenciosos que, con perfil bajo y enorme compromiso, sostienen día a día las bases del país productivo.
Desde su campo en Laborde, en el sudeste cordobés, Pablo organiza su tiempo entre las tareas ganaderas, la atención veterinaria de un tambo ovino de 600 cabezas, la coordinación del área ganadera de una de las ferias más importantes de América Latina, y —cuando el tiempo lo permite— los momentos familiares que, como él reconoce con sinceridad, muchas veces quedan relegados.
“Soy veterinario desde 1990. Empecé en la ganadería hace más de 30 años con bovinos, y hace 18 me metí de lleno con los ovinos. Trabajo con Pampinta, Hampshire Down, Dorper Black y Dorper White. Siempre buscando mejorar la genética, importar y también exportar. Esto es lo que me apasiona”, explica Sorasio, con una naturalidad que condensa décadas de trabajo y visión de largo plazo.
Un diagnóstico sin rodeos: por qué el ovino aún no despega
Sorasio no se queda en los logros. Lejos de triunfalismos, describe con claridad quirúrgica los obstáculos que enfrenta el desarrollo de la producción ovina en la Argentina. La falta de escala, la logística costosa, la escasa infraestructura frigorífica, y un paradigma de consumo que todavía asocia al cordero con un producto gourmet o de ocasión.
“El ovino es un producto que podría estar todos los días en la mesa de los argentinos. Pero falta presentación en cortes, falta llegar con un producto práctico para la ama de casa de hoy. El problema es multifocal: la estacionalidad, la baja escala productiva, la falta de frigoríficos preparados para cortes y, sobre todo, el altísimo costo de logística cuando no hay majadas grandes”, detalla.
Y compara: “Un productor de 50 madres porcinas puede sacar mil capones al año. Un productor de 50 ovejas, con suerte, 60 corderos. Esa es la diferencia estructural. Necesitamos majadas de 400 o 500 madres para justificar la faena industrial”.
Sorasio profundiza también en el trabajo diario de la cría ovina: “La oveja no es un animal que se pueda dejar solo. Hay que estar encima, conocer los tiempos de servicio, atender los partos, controlar la sanidad. Y eso requiere presencia y compromiso. La cría ovina es ideal para generar arraigo, porque obliga a vivir en el campo, a quedarse, a volver a prender la luz en los cascos rurales”.
El sistema de cría que desarrollan en su establecimiento se basa en el uso de redes para la rotación por parcelas, optimizando el aprovechamiento de los pastos. “Durante el invierno usamos rastrojos agrícolas y malezas resistentes que las ovejas consumen sin problemas. La oveja es muy selectiva pero también muy eficiente: nos ayuda a limpiar el campo de manera ecológica y sin necesidad de agroquímicos”, explica.
La suplementación, detalla, se hace con rollos y algo de grano, principalmente en categorías específicas o en épocas de mayor demanda nutricional. “La idea es combinar rusticidad con genética. No sirve tener un animal de exposición si no se adapta a nuestros campos. Por eso criamos con los pies en la tierra, buscando equilibrio entre lo productivo, lo comercial y lo sanitario”, enfatiza.
Sorasio resalta además las cualidades de una de sus razas principales: la Hampshire Down. “Es el Falcon del ovino argentino. Rústico, adaptable, prolífico. Pero además, su carne tiene cualidades extraordinarias: excelente infiltración de grasa, terneza natural, sabor definido pero suave, y muy buen rendimiento en canal. Es un animal que produce cortes con buena proporción de músculo y bajo nivel de desperdicio”.
Sin embargo, lamenta que esas cualidades no sean hoy reconocidas ni remuneradas en el mercado formal. “Nos pasa que tenemos una carne de primer nivel, pero no hay una estructura comercial ni una cultura de consumo que la valore. Estamos tratando de llevar un producto de altísima calidad a una cadena que no está preparada para diferenciar ni premiar esa calidad”, subraya.
Y agrega: “Lo que hizo el cerdo, lo que hizo el pollo, lo podemos hacer con el cordero. Pero para eso necesitamos cortes estandarizados, distribución, góndolas, comunicación y apoyo. Porque si seguimos pensando el cordero como un lujo para las Fiestas, la ecuación no cierra. Necesitamos volumen y acceso diario al consumidor”.
La sanidad, de hecho, es una de sus obsesiones. “Una majada sana es una majada rentable. Acá tenemos calendarios estrictos de vacunación, desparasitación, revisamos patas, dientes, todo. Porque cuando hacés cría, sabés que cada cordero perdido es tiempo, dinero y genética que se va”, sentencia.
Agroactiva 2025: la ganadería pisa fuerte
En paralelo a su tarea productiva, Sorasio cumple un rol central en Agroactiva, coordinando un sector ganadero que no para de crecer y diversificarse.
“Ya tenemos vendidos todos los espacios ganaderos: 150 corrales para invernada y cría, otros 50 para reproductores bovinos, más de 100 ovinos y caprinos inscriptos, y se suma este año un patio lechero con reproductores Holando y Jersey. Sin dudas, es la exposición a campo abierto más grande del país”, afirma con entusiasmo.
La muestra —ubicada estratégicamente en el corazón productivo entre Santa Fe y Córdoba— espera superar los 320.000 visitantes del año pasado. “El productor argentino ama la tecnología. Invierte en genética, en fierro, en infraestructura. Solo necesita crédito y que no lo asfixien”, sostiene Sorasio.
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Una vida en movimiento
Viaja entre 8.000 y 10.000 kilómetros al mes, da charlas, participa de remates, selecciona reproductores, organiza exposiciones y se encarga de su propio establecimiento. Su camioneta —repleta de papeles, pastillas antiparasitarias y olor a oveja— es, probablemente, una extensión móvil de su oficina de campo.
“La familia me pasa factura. Pero yo sueño con que mis hijos puedan trabajar acá, que no tengan que irse del país. Tenemos todo para crecer en Argentina, pero lamentablemente muchos jóvenes están viendo el futuro afuera”, dice, con un dejo de tristeza y un claro llamado de atención.
Más allá de la tranquera
A sus 58 años, Sorasio conjuga experiencia, conocimiento técnico y una pasión que no se desgasta. Es uno de esos hombres del interior profundo que —como él mismo reconoce— no saben venderse en la política, pero entienden como pocos el ADN de la producción. Un hombre que se levanta temprano, que sueña con ver el campo argentino valorado por su verdadero aporte, y que cada día apuesta a sembrar futuro, aun cuando la coyuntura parece no acompañar.
“El campo nunca dejó de producir. Nunca le dio la espalda a ningún gobierno. Solo pedimos que nos dejen hacer lo que sabemos hacer. Trabajar.”
Esa es la voz de Pablo Sorasio. Una voz que no busca protagonismo, pero que representa a miles.
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