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El Campo por todos los medios

Lo que el campo le debe al INTA: entre el olvido y la esperanza


La crisis que atraviesa el INTA deja al descubierto el rol esencial que ha tenido en la historia del agro argentino. Técnicos, ingenieros, veterinarios e investigadores que hicieron patria en cada campo y que hoy ven peligrar un legado que fue de todos.

Hay cosas que uno da por sentadas. Como la lluvia que cae, como el sol que amanece, como ese técnico del INTA que aparece en el pueblo cuando un pequeño productor necesita ayuda con su riego, su cultivo o su maquinaria. Hasta que un día, el país se olvida de ellos.

Los días que atraviesa hoy el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria no son solo grises: son de un negro profundo. No porque haya dejado de ser útil, ni porque su misión esté agotada. Todo lo contrario. El INTA, con su red territorial y su capital humano, ha sido —y sigue siendo— el corazón silencioso del desarrollo agropecuario nacional. Pero como sucede tantas veces en la Argentina pendular, hoy se lo golpea injustamente.

El campo le debe al INTA mucho más que un puñado de tecnologías de avanzada. Le debe décadas de investigación en agricultura de precisión, nuevos cultivares, desarrollo de bioinsumos, ganadería regenerativa, uso eficiente del agua y una larga lista de aportes silenciosos. Le debe ese pequeño productor que pudo mejorar su producción gracias a una sembradora diseñada especialmente para su escala. Le debe el criancero del norte que aprendió a gestionar su rodeo caprino con asesoramiento técnico gratuito. Le debe también el periodista agropecuario que, cuando no tenía nota, encontraba en algún técnico del INTA una historia que valía por mil.

Porque el INTA fue eso: modernidad, sí, pero también inclusión. Tecnología, claro, pero con humanidad. En un país donde las decisiones se toman a los golpes, hoy el instituto es víctima de una lógica cruel: castigar al todo por las partes, destruir al organismo por no separar a tiempo la paja del trigo. En nombre del recorte, se hiere a quienes dieron todo por el país. Y en nombre del ahorro, se vacía de contenido a un patrimonio que no pertenece a ningún gobierno: pertenece a la Nación.

Lo más doloroso es que se deja afuera a los que más necesitan al INTA. Los grandes productores podrán contratar consultores, viajar a ferias internacionales, pagar innovación privada. Pero el pequeño, el que produce en el límite de lo posible, perderá a su principal aliado. Y eso no es eficiencia: es abandono.

Detrás de cada ficha técnica, de cada ensayo a campo, hay personas con nombre y apellido. Ingenieros, veterinarios, técnicos de extensión que caminaron las chacras, que madrugaron para atender a productores, que sembraron conocimiento con la misma dedicación con la que se siembra trigo. Que hicieron patria desde la trinchera del saber.

Nos toca ahora alzar la voz por ellos. Por nosotros también. Porque si el INTA se apaga, se apaga una parte de la Argentina que supo mirar al futuro con inteligencia, con empatía y con compromiso. Ojalá algún día dejemos de ser un país que oscila entre extremos, y logremos construir una Nación donde la ciencia aplicada al agro no se discuta, se respete.

Porque el INTA no es ni de un lado ni del otro. Es de todos. Y su legado, como la tierra que cultiva, hay que cuidarlo para que nunca falte el pan.

** Esta nota fue escrita con inteligencia artificial y con corazón humano