
Dejar una oficina en Venado Tuerto para criar animales en el campo familiar. La historia de una mujer que eligió transformar su rutina para vivir el legado rural con su esposo, Matías Manfroi, y sus hijos. Emoción, trabajo y amor por lo que hacen.
Verónica Toniatto no tenía idea de que las ovejas no eran todas iguales. Lo descubrió, con paciencia y amor, al acompañar a Matías Manfroi, su esposo y alma de la Cabaña Unelen , en ese ritual que cada año los lleva a Palermo. “Al principio fue para acompañarlo. Después me enamoré de todo esto”, confiesa.
Nacida y criada en Venado Tuerto, trabajó durante 15 años en una compañía de seguros. Hoy su mundo es otro: madruga en el campo, lleva a sus hijos a la escuela en la ciudad y luego vuelve a la tierra para bañar, alimentar y preparar animales que serán mostrados con orgullo en exposiciones. Y asegura, sin dudar, que no cambiaría nada.
“Renuncié a mi trabajo para poder viajar con él a las exposiciones y tener tiempo para preparar a los animales. Se complicaba todo, así que tomamos la decisión en familia. Ahora trabajo full time con él en el campo”, cuenta Verónica, con una mezcla de serenidad y convicción.
La vida rural la atrapó, pero no como espectadora. Participa de todo: de la rutina con los animales, de las decisiones y del legado que quieren dejar. “A mis hijos les encanta acompañarnos. Estuvieron con nosotros en la jura, bañándolos. Les fascina estar en todos los procesos. Y nosotros tratamos de contagiarles esta pasión, para que, ojalá, el día de mañana sigan este camino”.

Su día comienza temprano. La escuela, el campo, el trabajo con los animales, las horas que se hacen largas. Pero todo tiene sentido. “No hay nada que me pese. A veces es mucho sacrificio, sí, pero uno lo hace con ganas. Lo disfrutamos”, repite con una sonrisa que se quiebra al hablar de sus hijos.
“Mi sueño es que ellos hagan lo que aman, que cuiden lo que tienen, el legado familiar, pero sobre todo que lo hagan con amor”, dice. Y se emociona.
Verónica habla con el corazón, y por eso su voz no necesita alzar el tono para conmover. Sabe lo que implica el sacrificio de dejar cosas de lado por estar en Palermo, y también sabe lo que vale volver a casa. “A veces uno está tan metido en la rutina que se olvida de agradecer. Tenemos salud, un trabajo, compartimos lo que amamos. No todo el mundo tiene eso, y a veces lo naturalizamos”.
Por eso, en medio del vértigo de la muestra, se permite parar. Llorar. Pensar. Y agradecer.
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