
Con apenas 19 años, el joven criador de La Callejera vive el día a día entre alfalfa, borregas y sueños simples, pero firmes: seguir el legado familiar y construir su propio camino desde el campo.
No tiene 30, ni 25. Joaquin Amato tiene 19 años y ya carga con la responsabilidad de una cabaña ovina que lleva más de dos décadas de historia. Es parte de la sangre de La Callejera, la cabaña familiar ubicada en Carmen, Santa Fe, a pocos kilómetros de Venado Tuerto. Y si bien su padre, Carlos, es el fundador, hoy comparten el trabajo codo a codo.
“Siempre hubo chanchos en el campo, pero mi viejo se metió con las ovejas y me fue llevando”, cuenta Joaquin con una mezcla de humildad y orgullo. Así comenzó su rutina: madrugar, recorrer los piquetes, revisar el agua, la comida, observar a los animales, preparar a los que van a exposición. Y volver a empezar. “A la mañana y a la tarde hay que estar”, resume.
En total, el plantel de La Callejera supera los 140 vientres. Toda la producción se destina a genética para reproducción. “No hacemos consumo”, aclara. La crianza está organizada con criterio: dos hectáreas de alfalfa, tres piquetes y manejo cuidadoso del pastoreo. “Las ovejas no comen todo como uno. Hay que dividir el pasto, dar ración, fraccionar. Es un trabajo constante”, explica.
Le preguntan por los sueños y duda. No porque no los tenga, sino porque los vive más que los verbaliza. “Seguir con esto puede ser una opción. Me gustaría tener mi casa, un trabajo… poder armarme un patrón de vida”, dice. Nada más, pero tampoco nada menos.
Con los pies en la tierra, Joaquín representa una generación de jóvenes que no necesita títulos rimbombantes para hablar de vocación. A veces, se trata simplemente de levantarse cada mañana con ganas de cuidar a los animales. Y eso, en tiempos de vértigo, ya es todo un plan de vida.
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