27 de julio de 2025

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Roberto Gallo, cuatro generaciones de pasión ovina y una borreguita que nació para quedarse


Desde 1945, La Constancia es mucho más que una cabaña: es una historia familiar entre pariciones, campeonatos y una forma de vida que no cambiarían por nada.

Roberto Gallo no necesita contar su historia para demostrarla. Está en su voz, en sus ojos cuando habla de los nietos, en cada anécdota de La Constancia, la cabaña que fundó su padre en 1945 y que hoy sigue viva gracias a una familia entera que se reparte entre el campo, la pista y las emociones.

“Mi papá le pidió a mi abuelo que le comprara 20 borregas y un carnero en un remate en Venado Tuerto. Volvió temprano al campo, pensando que se las habían negado. Pero esa misma noche llegó un camión con los animales: ese fue el comienzo”, relata Roberto, con el tono sereno de quien ha contado esa historia muchas veces, pero nunca pierde el brillo al hacerlo.

Desde entonces, pasaron más de siete décadas, tres generaciones y decenas de campeonatos. “Ya no sabría decir cuántos grandes campeones tuvimos. Solo el año pasado sacamos el reservado en Palermo. Pero además estamos siempre presentes en exposiciones como Río Cuarto, Pergamino, Chacabuco, Villaguay… unas 12 o 14 por año”, enumera.

El presente de La Constancia se sostiene con la misma base que su origen: familia y compromiso. Roberto trabaja con sus hijos Luis y Germán, sus nueras —una veterinaria, otra abogada—, sus nietos y Ana María, su compañera de toda la vida, que quedó en el campo atendiendo las pariciones. “Siempre tiene que haber alguien cuidando los intereses del año que viene”, explica.

Las jornadas arrancan temprano. “Un traguito, desayuno rápido y a ver los animales. Hay que revisar las pariciones, preparar las raciones, atender consultas. Y hoy también hay que sacar fotos para los interesados. Todo eso se hace desde el campo, pero con celular en mano”, dice, entre risas.

Hace pocos días llegó una de esas noticias que iluminan el esfuerzo: Germán avisó que nació la primera borreguita de embrión completo neozelandés, hija de padre y madre importados. “Pesó 7 kilos 100 gramos. Se va a quedar en el campo, por supuesto. Es una de esas que no se venden: se crían para soñar”, cuenta.

Además de Hampshire Down, en La Constancia conviven razas puras de aves como Rod in the Red, New Hampshire, Salmon, y patos Kagi Campbell. “Antes criábamos también los patos criollos blancos. Sacamos durante 14 años consecutivos el Gran Campeón en Palermo. Pero los patos ensucian mucho y hubo que dejarlos”, explica, nostálgico pero práctico.

¿Y si tuviera que volver a empezar? “No cambiaría nada. Nací en La Constancia, estudié en una escuela rural, me recibí de agrónomo. Volvería a vivir en el campo, con los perros, los bichos, los nietos, las tareas. Es lo que amo”, dice, sin rodeos.

La Constancia no es solo una cabaña. Es un modo de vida que se transmite en los gestos cotidianos, en las anécdotas que se repiten y en los nietos que juegan entre las patas de los carneros. Y aunque ya no lleven la cuenta de los campeonatos, en cada animal que crían hay una historia, una convicción y una certeza: que todo esto vale la pena.