21 de noviembre de 2025

Portal Agropecuario

El Campo por todos los medios

Un país que piensa en un agro chico mientras desperdicia su mayor motor de desarrollo

Políticos y muchos economistas siguen analizando al campo como una vaca lechera y no como el sector capaz de multiplicar empleo, arraigo y divisas

Argentina transita una paradoja que se repite desde hace décadas: mientras el mundo demanda más alimentos, más proteínas y más energías limpias, gran parte de la dirigencia local —política, económica e incluso académica— sigue pensando en un agro chico, limitado, casi estático. Se lo analiza desde una mirada estrecha que lo reduce a su aporte tributario inmediato o a su liquidación de divisas de corto plazo, ignorando por completo su potencial de expansión y de transformación territorial.

En charlas con el consultor agropecuario Luis Villa aparece una frase que se volvió habitual entre economistas: “el agro ya no va a crecer más, llegó a su techo, no responde a estímulos”. Esa idea, repetida sin evidencia, consolida un diagnóstico equivocado que condiciona las políticas públicas. Se lo escucha en foros, en medios, en debates legislativos. Y cada vez que mencionan al sector, lo hacen desde la misma perspectiva acotada: cuánto va a rendir el trigo, cuándo van a vender los productores los dólares, cuántos de esos billetes irán “al colchón” y cuántos se convertirán en inversión.

Esa mirada es contundente sostiene Villa : ven al agro como una vaca lechera que hay que ir a ordeñar y nada más; es una manera no solo peligrosa y errada sino muy perjudicial para la Argentina”. No se trata solo de una subestimación técnica. Es, sobre todo, una visión política que mina la posibilidad de construir un modelo de desarrollo basado en producción, empleo y arraigo.

Lo que se pierde de vista es que el agro argentino no es un bloque estático, sino un ecosistema complejo donde conviven —y se potencian— actividades extensivas e intensivas. Desde la producción de granos hasta la fruticultura, la ganadería bovina y ovina, la lechería, los cultivos regionales, la economía del conocimiento aplicada al campo, los bioinsumos, el agregado de valor y las cadenas exportadoras que van desde el limón hasta la carne ovina o el girasol alto oleico.

Cada una de estas actividades tiene espacio para crecer si se corrigen errores estructurales: presión impositiva excesiva, distorsiones en los mercados, falta de infraestructura, regulaciones pensadas desde Buenos Aires para una geografía que no conocen y, sobre todo, la ausencia de una política de Estado que reconozca al agro como un motor estratégico. El sector ya demostró que cuando existe previsibilidad, la inversión aparece, la tecnología se adopta y la productividad se multiplica.

Pensar en un agro chico también impide comprender su rol territorial. Allí donde no llega el Estado, donde no llegan las grandes industrias y donde no existe un entramado urbano que sostenga empleo, sí está el agro. Produce divisas, pero también genera trabajo directo e indirecto, sostiene escuelas rurales, mueve talleres, transportistas, frigoríficos, industrias procesadoras y cooperativas. En esas regiones, una política acertada puede cambiar la vida de miles de personas; una política errada puede condenarlas a la migración o al abandono.

Por eso, discutir el futuro del país sin considerar al agro como un actor central es un error estratégico. Si la dirigencia sigue leyendo al campo desde la liquidación de divisas semanales y desde la obsesión por “cuándo venderán los dólares”, seguirá condenando a Argentina a la inestabilidad. En cambio, mirar al agro como un sector que puede duplicar exportaciones, generar arraigo y aportar tecnología permitiría empezar a trazar una hoja de ruta distinta.

Argentina no necesita que el agro “aguante”. Necesita que lo dejen crecer. Y para eso hace falta salir de los diagnósticos incompletos, derribar prejuicios y diseñar políticas que reconozcan lo obvio: que el desarrollo del país se construye desde el interior productivo hacia afuera, no al revés.

El problema no es el campo. El problema es seguir pensándolo en pequeño.

Por Lic. Horacio Esteban