
El mundo agropecuario también puede leerse desde otros márgenes. No siempre desde la producción, los números o la coyuntura, sino desde la tradición, la identidad y ese sentir profundo que atraviesa al interior argentino. Desde allí, desde un costado más íntimo y cultural, aparece la figura de Belisario Sangiorgio, un joven patagónico multifacético que acaba de publicar Matrero, un libro de poemas digital y gratuito, donde la palabra se vuelve refugio, rebeldía y pertenencia.
La conversación con Sangiorgio invita a mirar el campo desde otra sensibilidad. Desde la poesía, pero también desde la experiencia concreta de quien trabajó como peón, arriero y capataz de estancia, y conoce de primera mano la dureza y la belleza de la vida rural, especialmente en la Patagonia profunda.
Belisario se define, ante todo, como patagónico. Aunque nació en el Litoral, llegó siendo muy pequeño a la Patagonia junto a su familia y allí se crió. Vivió en Esquel y Comodoro Rivadavia, recorrió distintas provincias del país y pasó buena parte de su vida en la cordillera. “Si me tuviera que definir, diría que soy un patagónico”, resume, con esa identidad todo terreno que marca su recorrido.
Su historia laboral es tan amplia como diversa. Empezó a trabajar a los 15 años en tareas de comercio y carga y descarga. A los 18 pudo estudiar comunicación y periodismo, carrera que retomó años después hasta completar el ciclo universitario. En el medio, la vida lo llevó por múltiples oficios: metalúrgico, albañil, fotógrafo, arriero, peón rural y capataz de estancia. Oficios aprendidos no por elección estética, sino por necesidad y supervivencia.
El campo, en ese trayecto, fue siempre un anclaje. No solo por herencia familiar —sus abuelos fueron agricultores, vinculados al cultivo de caña de azúcar y a la floricultura— sino porque allí encontró un sentido de pertenencia difícil de explicar desde la ciudad. “Amo el oficio de peón y amo el oficio de escritor. Los amo por igual”, afirma, sin contradicciones.
Hoy, además, Sangiorgio es guía de turismo de montaña, especializado en escalada en roca, un oficio profundamente patagónico que combina naturaleza, trabajo y turismo. Actualmente se encuentra en Buenos Aires realizando capacitaciones técnicas para luego regresar al sur y continuar con esa actividad.
En ese cruce de caminos —campo, montaña, escritura— nació Matrero. Un libro de poemas que, según su autor, le llevó años construir y que pudo terminar gracias a los tiempos que le ofrecía la vida en la estancia, una vez finalizadas las tareas diarias. “Es un libro rebelde, gaucho y campero”, define.
Para Sangiorgio, la poesía es el género más libre. El único que permite decir lo que otros formatos no habilitan. Y encuentra en la figura del matrero una metáfora perfecta: alguien que vive fuera de los límites impuestos por la urbanidad, fiel a sus propios principios. “La poesía, como el matrero, habita fuera de los límites establecidos”, sostiene.

En su mirada, el gaucho no es una postal ni una vestimenta. No se trata de “comprarse las pilchas”, sino de vivir “a fierro”, con coherencia, sacrificio y una búsqueda de tranquilidad interior. Y esa identidad, aclara, tiene matices según la región. El gaucho patagónico no es igual al pampeano ni al del norte o el litoral. Es más duro, más curtido, más introvertido. Forjado por el frío extremo, el aislamiento y condiciones de trabajo hostiles.
Belisario lo describe sin romanticismo: campañas enteras a 20 grados bajo cero, sin luz, sin agua corriente, sin calefacción, con leña como único abrigo y jornadas que no todos soportan. “De 35 que empezamos una campaña, terminamos cuatro”, recuerda. La Patagonia, dice, “ha parido gauchos muy fuertes”.
Matrero es, en ese sentido, una síntesis de vida. No busca mover masas ni instalar consignas. Busca expresar una existencia propia, una forma de estar en el mundo. Y tal vez por eso eligió que el libro sea digital y gratuito: porque la palabra, como el campo, no siempre responde a lógicas de mercado.
Desde la poesía, Belisario Sangiorgio propone otra manera de pensar el interior argentino. Una donde el campo no solo produce alimentos, sino también cultura, identidad y pensamiento. Donde la tradición no es pasado, sino una forma vigente —y a veces incómoda— de vivir el presente.

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