
Gobiernos de todos los signos han tratado al campo como una simple caja recaudadora. Nunca hubo una política sostenida que lo integre como actor estratégico. Mientras tanto, los productores siguen cargando con todo… y decidiendo nada.
En Argentina, cada vez que la política gira la pirinola, el resultado es siempre el mismo: “TOMA TODO”. Y el que paga la cuenta, casi sin excepción, es el campo.
No importa quién gobierne, de qué color partidario sea o cómo esté el precio de los granos. La historia se repite: el productor agropecuario es convocado solo para aportar, pero jamás para formar parte de las decisiones estructurales.
Y eso en un país que, desde siempre, vive —y sobrevive— gracias a su agroindustria.
👨🌾 El productor: un convidado de piedra
Cada gobierno arma su “mesa de diálogo”. Invita al campo, lo escucha, toma nota. Pero al final del día, las decisiones se cocinan entre cuatro paredes. El campo sigue siendo un espectador con voz, pero sin voto.
Y, con los años, esa exclusión fue volviéndose costumbre. Se promete “federalismo productivo”, pero los caminos rurales siguen rotos, el crédito no aparece y la presión impositiva es cada vez más absurda.
En paralelo, muchos de los organismos que deberían acompañar al productor —como INTA, INASE o el INAFCI— son vaciados por una militancia que el Estado debe costear , desfinanciados o desmantelados sin un plan claro como en la actualidad.
🧍♂️ Una dirigencia que no alcanza
Del otro lado, la dirigencia agropecuaria no ha sabido —o no ha querido— ocupar el lugar que le corresponde. Salvo contadas excepciones, llegó tarde, reaccionó con tibieza o se conformó con estar sentada en una mesa donde ya nada se decide.
En el mientras tanto, el productor chico desapareció. La producción se concentró. El interior profundo se vació. Y lo que queda es una sensación constante de soledad, abandono y desgaste.
⚠️ Argentina: país agroindustrial sin proyecto de agroindustria
Más allá de los discursos de ocasión, Argentina no tiene —ni ha tenido— un plan agroindustrial de largo plazo. No hay incentivos para agregar valor en origen. No hay una política fiscal que reconozca la escala. No hay infraestructura rural básica, ni conectividad, ni seguridad.
El productor genera divisas, empleo, alimentos, arraigo. Pero el Estado le dev uelve muy poco o nada.Año tras año, las retenciones se convierten en el símbolo de un vínculo desgastado: se toma todo y no se devuelve nada. La presión fiscal es la única política constante.
🧭 El campo no pide privilegios, pide reglas claras
A esta altura, el campo no reclama privilegios. Reclama algo básico: reglas claras, previsibilidad, respeto. Pide ser parte de las decisiones. Pide que no le cambien las condiciones cada seis meses. Pide que se invierta en infraestructura, en tecnología, en conectividad. Pide que se entienda que sin producción no hay país que aguante.
Pero en vez de respuestas, sigue girando la pirinola. Y la política, desde hace 40 años, elige siempre el mismo lado.
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