
Con tan solo 6 y 8 años, los hijos de Verónica Toniatto y Matías Manfroi crecen rodeados de ovejas, ternura y trabajo en la cabaña Unelen. Vittorio, apodado “El Toro”, ya pisa las pistas de exposición; Benicio, su hermano, transforma el campo en arte.
En la cabaña Unelen, entre el verde y el balido constante de las ovejas Hampshire Down, se respira algo más que producción y genética: se respira familia, continuidad y amor por el campo. Allí viven Verónica Toniatto y Matías Manfroi, criadores apasionados, y sus cuatro hijos . Dos de ellos pequeños, Benicio, de 8 años, y Vittorio, de 6, al que todos llaman cariñosamente “El Toro”.
Son chicos, pero parecen haber nacido sabiendo que el campo también se hereda con el corazón. Mientras Benicio dibuja ovejas en hojas que pronto terminan llenas de vida, Vittorio se levanta cada mañana soñando con trabajar entre corrales, baldes y bebederos.
“Vittorio ama las ovejas. Se levanta temprano, ayuda a limpiar los comederos, llenar las bebidas y darle la meme a los corderitos huérfanos. Tiene una energía impresionante, por eso le decimos El Toro”, cuenta Verónica, entre risas. “Y si por él fuera, no iría nunca al jardín. Siempre dice que prefiere trabajar en el campo antes que ir a clases.”


El pequeño que ya elige campeones
A su corta edad, Vittorio ya tiene su propio modo de mirar los animales, con la intuición de quien crece observando a diario. Su entusiasmo contagia a todos, y cuando habla de las exposiciones, se le iluminan los ojos.
“Hay que mirarles el cuarto, que no caminen rengo, que no caminen mal,” explica Vittorio, con una seriedad que sorprende. “También hay que mirar que tenga cabeza buena, las orejas negras y la trompa bien. Y las costillas… si le zafan, no gana.”
Su descripción, precisa y apasionada, refleja una enseñanza que no viene de los libros, sino del trabajo compartido. “Este año entró por primera vez a la pista con su propia oveja y sus corderas”, recuerda su mamá. “Fue emocionante verlo. Lo vive con orgullo, con esa mezcla de inocencia y determinación que solo los chicos del campo tienen.”

Vittorio sueña con ser veterinario o ingeniero agrónomo. Y aunque todavía le cuesta quedarse quieto en el aula, todos saben que detrás de esa energía hay una vocación que ya está marcada.
Benicio, el artista del campo
A pocos metros de su hermano, con un lápiz en la mano y la mirada tranquila, Benicio, de 8 años, también tiene su propia forma de conectarse con las ovejas. “Me gusta dibujarlas”, dice con una sonrisa tímida. Sus dibujos capturan el alma del campo: animales pastando, carneros imponentes, cielos amplios y verdes infinitos.


“Él tiene una veta artística muy clara”, cuenta Verónica. “Le gusta el dibujo y también colabora cuando puede. Juega, observa, aprende. A veces pienso que mientras Vittorio las cuida, él las retrata. Cada uno aporta algo distinto a esta historia.”
Quizás su futuro esté ligado al arte o al diseño rural, pero lo cierto es que su sensibilidad refleja el mismo amor por los animales que corre por toda la familia.
Una casa donde el campo es escuela
La vida diaria en Unelen combina rutinas rurales con el aprendizaje de la infancia. “A la mañana van al colegio, y a la tarde salen con nosotros al campo”, cuenta Verónica. “Saben qué dar de comer, cómo limpiar los bebederos, cuándo medicar. Aprenden trabajando, pero también jugando.”


Además de los más chicos, la familia se completa con Blas, de 17 años, quien ya maneja el tractor y colabora con las tareas pesadas, y Ámbar, que ayuda en la organización de la casa. “Cada uno tiene su rol. Lo importante es que todos entienden el valor del esfuerzo y el trabajo compartido”, explica Verónica.
Una herencia que no se impone, se contagia
Más allá de la genética ovina, lo que se transmite en Unelen es una forma de vida. “Nunca quisimos forzar nada”, dice Verónica. “Ellos lo viven naturalmente. El campo enseña respeto, paciencia y compromiso. Y ver cómo aman esto, desde tan chicos, es una emoción enorme.”
Entre risas, Vittorio interrumpe:
“Yo no amo ir al jardín, amo ir al campo.”
La frase resume toda una filosofía familiar. En esas palabras simples se encierra el sentido de pertenencia, el orgullo por el trabajo y el amor por los animales que esta familia ha sabido sembrar en sus hijos.

Mientras tanto, entre ovejas y lápices, Vittorio “El Toro” y Benicio crecen sin apuro, aprendiendo que el futuro del campo argentino no siempre viene de generaciones pasadas: a veces nace entre las manos pequeñas que ya hoy lo están construyendo.
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